En el fútbol, como en la vida, no todos siguen el mismo libreto. El tolimense Dayro Moreno es la prueba viviente de que se puede escribir una historia grande… aunque sea con letra desordenada. Uno nunca sabe por dónde empezar: si por los goles que lo tienen en lo más alto del fútbol colombiano, o por las anécdotas que no caben en una hoja de vida deportiva. Dayro no fue —ni quiso ser— el jugador perfecto. Pero así le funcionó.
Y ahí está el punto clave: no a todos les funciona lo mismo. En un mundo donde se predica el profesionalismo como si fuera una receta universal —dieta estricta, cero trasnochos, vida disciplinada— aparece Dayro, con su propio manual de instrucciones: goles en cantidades, rumba y una energía que no sabemos si la recarga en los camerinos o en las fiestas.
¿Es el modelo ideal? No. ¿Ha rendido? Más que muchos. Porque mientras otros se han perdido tratando de encajar, Dayro se mantuvo siendo él. Con todos sus excesos y virtudes, ha sido constante en lo que realmente importa en este juego: hacer goles. En Colombia, en México, en Argentina… donde ha ido, ha celebrado. Y eso no es suerte: es talento, y también disciplina a su manera, porque para estar jugando con buen nivel a su edad, casi sin lesiones, algo de disciplina debe tener. Con 358 goles en su carrera ya le saco una ventaja a Radamel Falcao García que lleva 351 anotaciones, y más atrás ya se quedaron en el camino los goleadores Víctor Hugo Aristizábal (346 goles) y Carlos Bacca (344 goles)
Dayro es el tipo de jugador que desafía los moldes. El que nos obliga a aceptar que hay caminos distintos para llegar al éxito. Algunos lo logran desde el sacrificio silencioso; otros, como él, lo hacen al borde del caos, pero con resultados. Y es ahí donde se construye su legado: en demostrar que hay más de una forma de ser grande.
Como hincha del Deportes Tolima, me hubiera gustado verlo vestir los colores del equipo de su tierra natal. Tener a uno de los nuestros marcando historia en el club sería motivo de orgullo para toda la hinchada vinotinto y oro. Sin embargo, fueron otros equipos los que disfrutaron sus goles y sus fiestas, especialmente el equipo de Manizales, donde lo recibieron como a un hijo más. Allí, en el corazón del Once Caldas, encontró un hogar, el calor de una afición que lo arropa y un departamento entero que lo idolatra.
Hoy todos lo pedimos para la Selección Colombia. Que llegue la fiesta a la concentración del equipo nacional, a ver si vuelve la alegría al camerino y regresan los triunfos que tanto necesitamos para llegar al próximo Mundial. Hoy nadie puede discutir que él puede aportar más que varios de los delanteros que siempre son convocados y que no han tenido el nivel que se espera en la selección.
Por eso, al mirarlo hoy como el máximo goleador histórico del fútbol colombiano, uno no puede sino reconocerlo. No solo por lo que hizo en la cancha, sino por haberlo hecho a su estilo. Sin caretas, sin discursos, sin pedir permiso. Entre los goles y la rumba, Dayro Moreno nos deja una lección: el éxito no siempre se ve como nos dijeron… a veces, se ve como un golazo en el minuto 90 con sabor a aguardiente.
Por Julian Kamargo
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