Del caos a la conciencia, Ibagué merece más que politiquería

En Ibagué pasan cosas que preocupan, y no solo por las fallas en los servicios públicos o por las lluvias que azotan con fuerza varios sectores de la ciudad. Lo verdaderamente grave es que, en medio de la crisis, hay quienes aprovechan la confusión para sembrar más caos y convertir el dolor de la gente en un campo de batalla política.

La reciente emergencia por la suspensión del servicio de agua en la comuna 7 dejó en evidencia no solo la fragilidad de nuestras redes hidráulicas, sino también la facilidad con la que algunos actores políticos, contratistas o supuestos líderes comunitarios convierten una dificultad técnica en una oportunidad para atacar, dividir y ganar protagonismo.

Las protestas fueron legítimas. Nadie discute que estar sin agua durante varios días es motivo suficiente para alzar la voz. Pero lo que no puede normalizarse es que detrás de cada reclamo aparezcan agendas ocultas, discursos incendiarios y estrategias bien calculadas para incendiar las redes sociales y bloquear las calles, sin importar el costo social que eso implica.

También es cierto que hay deudas históricas que no se pueden ignorar. Comunidades como la del barrio Jardín Ciudad Blanca llevan años esperando soluciones estructurales. Pero una cosa es reclamar con argumentos y otra muy distinta es manipular las emociones de la ciudadanía para deslegitimar a quienes hoy, al menos, intentan dar la cara y resolver lo que otros evadieron.

Es fácil criticar desde el teclado o desde un altoparlante. Es mucho más difícil estar en la calle, reparando una tubería rota en medio de la lluvia, escuchando quejas y cargando con la responsabilidad de responder por algo que se acumuló por décadas.

Ibagué necesita una ciudadanía que exija, pero también que entienda. Que fiscalice, pero que no caiga en la trampa de la manipulación. Que defienda sus derechos, pero que no permita que la rabia sea usada como arma política por quienes ven en el caos una oportunidad electoral.

Al final, todos sufrimos cuando no hay agua. Pero sufrimos aún más cuando la esperanza se convierte en ruido y el liderazgo en oportunismo.

No podemos seguir jugando con el dolor de nuestra gente.

Por: Julián Andrés Camargo Arango


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