La economía colombiana está parada sobre una cuerda floja. Esta semana, la agencia calificadora Moody’s advirtió que el país podría perder su grado de inversión si no se adoptan medidas serias de consolidación fiscal. Una advertencia que no solo retumba en los escritorios del Ministerio de Hacienda, sino también en los bolsillos de todos los colombianos.
Con una deuda pública que supera el 60% del PIB y un déficit estructural que no cede, las señales de alarma son claras. El mensaje de Moody’s no es una amenaza, es un reflejo. Uno que nos muestra la fragilidad de nuestras finanzas y, sobre todo, la falta de claridad en el rumbo económico del Gobierno Nacional.
La incertidumbre no es solo un asunto técnico. Afecta la inversión extranjera, la confianza del mercado interno, el valor del peso colombiano y, por ende, la vida diaria de millones de ciudadanos. Cada punto perdido en la calificación crediticia significa intereses más altos por endeudarse, menos margen para inversión social, y más presión tributaria para los mismos de siempre.
¿Dónde están las reformas estructurales? ¿Dónde está el recorte al gasto público innecesario? ¿Dónde está el compromiso con una política fiscal responsable? El país necesita claridad, coherencia y, sobre todo, decisiones valientes.
Este no es momento para improvisar ni para polarizar. Es el momento para que Gobierno, Congreso, empresarios y sociedad civil se sienten en la misma mesa a repensar el modelo de crecimiento, apostarle a la productividad y garantizar que los recursos públicos se administren con transparencia y eficiencia.
Colombia no puede darse el lujo de seguir perdiendo confianza. Porque una economía sin confianza, es una nación sin futuro.
Por: Julián Andrés Camargo Arango
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