Turismo en Ibagué, una ciudad que resiste, que late y que se construye entre todos

Semana Santa, además de ser un tiempo de recogimiento espiritual, se convierte cada año en un termómetro del país en varios frentes: movilidad, economía, cultura, turismo y, por supuesto, comportamiento ciudadano. En ese sentido, lo vivido en Ibagué durante estos días santos dejó en evidencia una realidad que algunos sectores prefieren ignorar, nuestra ciudad sigue siendo un destino turístico atractivo, vivo, lleno de encanto, que le habla al país con su naturaleza, su cultura y su gente.

Los datos no mienten. La ocupación hotelera alcanzó niveles que no se veían hace años en temporadas similares, más del 90 %. Las familias llegaron desde Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga y otras regiones del país para recorrer nuestros paisajes, caminar nuestras calles, disfrutar nuestra gastronomía y respirar el aire limpio que nos regala el Cañón del Combeima. Mientras tanto, los escenarios religiosos se llenaron de peregrinos que participaron en los recorridos tradicionales de los siete monumentos, el viacrucis en los barrios y los actos litúrgicos que se vivieron con fervor en parroquias y templos.

Este comportamiento turístico no es producto del azar. Es una respuesta natural de los colombianos que están redescubriendo Ibagué como una ciudad de oportunidades, cultura, descanso y belleza. Incluso, lo hacen en medio de campañas sistemáticas de desprestigio promovidas por sectores que parecen más interesados en sembrar el caos que en construir ciudad.

Y es allí donde debemos hacer una pausa para reflexionar. Ibagué, como cualquier ciudad del país, enfrenta retos. Hay dificultades, sí, como las hay en Medellín, en Cali, en Cartagena. Pero la diferencia está en cómo las enfrentamos: ¿Con odio o con propuestas? ¿Con señalamientos o con soluciones? ¿Con politiquería o con sentido de pertenencia?

Lo que ocurrió en Semana Santa nos invita a romper con la cultura de la queja estéril y abrazar la del aporte colectivo. Porque los gobernantes pasan, pero Ibagué se queda. Y no podemos permitir que nuestras diferencias políticas nos hagan perder de vista lo esencial, todos, absolutamente todos, tenemos algo que aportar.

Quienes trabajan desde el sector turístico y hotelero saben lo que cuesta construir confianza. Por eso, cada visitante que llega es un voto de fe a la ciudad. Y eso se debe proteger, no destruir. La infraestructura mejora, los servicios se fortalecen, la cultura se visibiliza y los ciudadanos se empoderan, no por decreto, sino porque la ciudad está viva y tiene hambre de desarrollo.

Ibagué es más que sus problemas. Es su música, su gente, su paisaje, su historia. Es un territorio que no necesita defensores ciegos, sino constructores sinceros. Porque construir ciudad no es defender lo indefendible, es reconocer lo que falta, pero también aplaudir lo que avanza.

Hoy, después de esta Semana Santa, queda claro que la ciudad no se detiene. Y mientras algunos se desgastan criticando, hay una Ibagué que florece, que se mueve, que transforma su destino. Esa es la Ibagué que queremos seguir viendo. Una Ibagué construida por todos.

Por: Paula Páez Molina – 360 ONLINE


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